CANTO AL CAFÉ:

«El café ha de ser caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como un ángel y dulce como el amor».
Contrariamente a ciertas opiniones el café es procedente del África tropical. Muchas leyendas ilustran su origen turco asegurando que la primera taza de café la ofreció San Gabriel a Mahoma, fatigado por sus piadosas vigilias. Siglos después el café se introdujo en Europa y después por toda Suramérica. En Francia lo tildaron como veneno lento, a lo que Voltaire refutó: -“Fijaos si es lento que rebasamos los setenta años tomándolo y aun no nos ha causado ningún daño”.
Lo cierto es que este amargo brebaje, diurético, estimulante, y fiel amigo de los noctámbulos y soñadores, es una de las bebidas más consumidas. Compañero de tertulias y debates. Mezclado con leche, su fiel camarada, ha aliviado numerosas situaciones: calor contra los crudos días de invierno; ferviente compañero de la lectura y con un chorrito de anís ya es la ‘acabóse’. Ya lo aseguraba mi tío David: -“Sobrino haz como yo, que llevo ochenta años consumiendo el carajillo de anís, después de comer, y ya me ves…, el mes que entra cumplo 96 años.-“
En el horizonte de la nostalgia ceheginera asoman los viejos cafés, cunas de tertulias decimonónicas, como el de Lorencio, el Café las Maravillas, El Gato Negro, La Patria Chica pequeño cafetín de la época republicana y el anecdótico Cafetín de Macanches donde los clientes se servían y pagaban,… Pero quizás, el recuerdo más perenne sea, el Café de Juan Antonio, cenáculo taurino, donde Manolete saboreó su oloroso café; También hay que reseñar las placenteras tertulias de los socios del Casino o de la Peña, ante sendas tazas de café, copa y puro, debatiendo de lo divino y lo humano, siempre bajo la culta consulta de la vieja enciclopedia Espasa.
 Eran tiempos donde la prisa era una dama desconocida.

Antonio González Noguerol